De vez en cuando entraba en aquella librería y visitaba su vieja alfombra. El rincón del cuenta cuentos siempre estaba igual, el tiempo parecía no pasar por aquel lugar. Los cuentos seguían allí esparcidos, todas aquellas historias que él un día imaginó.
En algunas ocasiones se agachaba y acariciaba alguno de aquellos cuentos, lo hojeaba y pensaba si algún día aquella alfombra volvería a cobrar vida. Luego salía y miraba como la puerta se cerraba tras él.
Pero pasado un tiempo se encontraba paseando por otras calles y visitando otras librerías cuando recordó su vieja alfombra. Contaba con algún tiempo libre, cosa rara, y decidió pasar a visitar la librería y ver su pequeño rinconcito. Se encaminó hacia ella teniendo la completa certeza de que todo seguiría igual.
Cuando entró miro el alejado rincón. Allí estaba su alfombra, los cuentos… como si el tiempo se hubiese detenido desde su última actuación. Miró el viejo calendario colgado en la pared, vio la luna en sus hojas y recordó sus noches pasadas escribiendo aquellos cuentos.
Sonrió y se giró para salir pero… entonces vio algo que llamó su atención. Allí, en una esquina de la alfombra, tapada por una estantería había una pequeña sentada. Hojeaba uno de sus cuentos. Se fijó en ella, era inconfundible, sus rasgos orientales la delataron. Era una de aquellas pequeñas que durante algunos sábados había compartido sus historias con él. Sus ojos rasgados miraban cada palabra salida de su tintero. Ella conocía el cuento, había ido a su representación en el último día del cuentacuentos.
De repente la niña levantó sus ojos rasgados del cuento, miró fijamente al cuentacuentos y fue hacia él. Cuando estuvo parada frente a su compañero de sábados matinales le dijo: “Hola. En mi estantería tengo un huequito para tus cuentos que no he querido ocupar. ¿Estás bien?”
Todo lo que ocurrió después da igual, lo verdaderamente importante es que en ese momento decidió volver a escribir, decidió que daba igual el tiempo que pudiera dedicarle. Se dio cuenta que las palabras no hay que buscarlas sentado frente a una hoja de papel sino que viene solas en cualquier momento arrastradas por el viento de las cosas que llenan nuestra vida. Y allí parado frente a aquella niña de ojos rasgados encontró las palabras de su siguiente historia. Una historia donde aparecería aquella niña de rasgos orientales que había hecho que aquella alfombra fría volviese a tomar vida, una historia de gratitud en forma de cuento.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
VOLVER EN CLAVE DE CUENTO (FINAL)
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8 comentarios:
Habría que darle las gracias a esa niña por hacer que ese cuentacuentos vuelva a escribir.
Merece la pena pasarse por tu rinconcito. Es maravilloso
Un saludo cuentacuentos
¡Qué maravilla Plasoaris! ¡Hay tanta ternura en tu escrito! No es necesario tener un guión preparado, cuando se tiene sensibilidad, las palabras van fluyendo como el agua de una fuente.
Es un cuento encantador.
Un beso enorme.
La inspiración es una prostituta que no cobra, pero a veces te ves obligado a pagarle por su ausencia.
Nos vemos.
Un abrazo.
Anonimo: A veces todo lo que se necesita es un pequeño empujoncito que en la mayoría de los casos llega del lugar mas insospechado.
Un saludo.
Malena:Me alegra que te haya gustado. En algunos casos escribimos historias en las que ni nosotros mismos sabemos que somos sus protagonistas.
Un saludo.
Antifaz:Es cierto lo que dices, pero en otras ocasiones es ella quien aparece en el rincon menos sospechado.
Un saludo.
Precioso....yo no tengo ojos rasgados, ni soy niña..pero tengo los ojos grandes y me gusta leer tu blog...
Vuelve a escribir!!!
Feliz Navidad, Plasoaris. Que el Niño de Belén reparta sobre tí y tu familia toda clase de bendiciones.
Un beso.
Malena
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