viernes, 10 de agosto de 2007

Luchadores


Allí estaba él. En aquella agreste montaña cuya cúspide parecía cada vez más lejana. Ahora parecía que sus fuerzas se hubiesen renovado. No hacía mucho que había sufrido una pájara que a punto había estado de dar al traste con su deseo de seguir adelante. De nuevo miró hacia arriba y no vio el final de su viaje pero en su corazón anhelaba encontrar, si no el final, si aquel punto en que sintiese que había una posibilidad de llegar a él.

Cubrió una nueva etapa. Allí estaban esperándole. Que fácil era para ellos llegar. Volvió a preguntar si estaba cerca de la cima o de alguna señal del final del camino. Silencio. Ese silencio cómplice que tantas veces había sentido. En aquel silencio escuchó de nuevo aquella voz que repetía, como en cada etapa lo mismo: “Mira hacia abajo. ¿Cuántos ves tras de ti?” El miró y pudo comprobar que eran apenas diez o doce. Incluso pudo ver que algunos de ellos eran nuevos y que algunos de los que empezaron el camino ya habían abandonado. Había oído tantas veces aquella pregunta. Aquella voz continuo: “Sois muy pocos. Quizás al final de la siguiente etapa seáis más y alguien pueda indicaros el final del camino. Por ahora solo podemos ayudaros a seguir subiendo.”

Continuó su camino pero llego un momento en que olvidó el número de etapas que había cubierto. Su cuerpo ya no respondía a sus pensamientos incluso sus pensamientos ya no respondían a sus deseos. Miró por última vez hacia arriba esperando ver algo que renovase sus fuerzas pero no fue así. Sus manos dejaron de aferrarse con fuerza y comenzó a caer.

Mientras caía pudo ver a aquellos que lo seguían. Eran apenas diez o doce y algunos de ellos nuevos lo que le hizo pensar que algunos otros le habían antecedido. Deseó que todos ellos encontrasen al fin quien les indicase el final del camino aunque para él ya fuese tarde, lo deseó con todas sus fuerzas aunque supo en ese mismo instante que probablemente era solo una cuestión de tiempo que ellos empezaran su particular caída.

Siguió cayendo y pudo ver a su familia. Durante todo el ascenso habían estado junto a él. Nunca habían abandonado y habían mantenido encendida la llama de la esperanza. Ahora les veía tristes, pero él sabía que quizás ahora descansarían de tan largo viaje.

Solo esa tristeza le hacía sentir culpable, solo eso. No podía sentirse culpable de tener una enfermedad con solo diez o doce caso en el mundo. No podía sentirse culpable de no ser rentable para los grandes laboratorios y que siempre los médicos le contestasen que eran muy pocos casos y que nadie estaba investigando para encontrar un clavo ardiendo al que agarrarse para al final conseguir llegar a la cúspide de la curación total. Él no era culpable, él no lo era. Solo había luchado toda su vida, pero no le habían dado la oportunidad de vivir, ni siquiera la oportunidad de la esperanza. Él era una simple cifra que ahora pasaba al otro lado y sus compañeros de viaje seguirían siendo diez o doce aunque él ya no estaría allí para verlos.


Según FEDER (Federación Española de Enfermedades Raras) son mas de 5000 las tipificadas como tal.



A un amigo luchador al que no dieron esperanza de vivir.

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